miércoles, 14 de diciembre de 2011

Costa Rica : El otro lado del espejo...Por: Adriana Sánchez

Artículo publicado en Amauta con permiso de Revista Paquidermo
Fuente: Revista Paquidermo
 Vìa : http://revista-amauta.org/

El olor a mierda de caballo es intenso. Los cascos sacan, literalmente, chispas del empedrado. Pienso en silencio que todos los topes del mundo se parecen: va la gente que tiene caballo, y también alguna gente que lo alquila. Los millonarios del club hípico se pavonean con sombrero panamá encima de sus sementales importados. Los pobres exhiben a rucos lentos cubiertos de pies a cabeza con parafernalia de cuero. Todos los topes se parecen: son el lugar en donde, en teoría, todos somos iguales, aunque en la práctica algunos seamos más iguales que otros.
Pero voy a comenzar por el final, para que no se me olvide. La noche va cerrando y un grupo de funcionarias públicas en vacaciones ataca una de las mesas anchas que el dueño del bar ha colocado encima de la acera. Serán veinte. Todas gordas. Todas jóvenes. Todas con pinta de mamá fugitiva. Se les acerca un trío en guayabera: ellas gozan y aplauden. La calle hierve de gente. Tocan Nicaragua, Nicaragüita. El cristo de Palacaguina, María de los guardias. Las muchachas tararean y aplauden. Una que parece la guía se desgañita al lado del trío. De repente alguna dice a grito pelado que son ticas. Los del trío tocan la de la suiza por ser tan linda a Costa Rica la llaman. Las muchachas se vuelven locas y cantan durísimo.
Migrantes, por Carlos Barberena
La cerveza, en este bar, cuesta 20 córdobas. Poquito menos de un dólar. Las bicicletas yacen abandonadas como monumentos al exceso de confianza. La gente les pasa al lado sin mirarlas. Para llegar acá hemos caminado por una calle plagada de muchachos jóvenes que en mi barrio serían catalogados de maleantes. Ninguno me alzó a ver. Por ser tan linda. Comencé por el final porque es el último recuerdo que tengo de la noche. Al día siguiente me levanté muy temprano para regresarme a casa. Ya en Pavas, me hice la pregunta en voz alta. ¿Será el frío? Todos me miraron con cara de palo. El frío, dije de vuelta. Lo que hace que los ticos seamos tan comemierda. Uno sonrió. Nadie respondió de inmediato. Creo que no, me dijo otro luego de un largo silencio. En Marcala hace frío, y los hondureños son muy buena gente. Lo que pasa con los ticos, es que somos unos polos.
Esto me lleva de vuelta a Granada. Tres noches atrás, departía con un tico que, de antemano, se asumía polo: debe ser polada mía, pero no sabía que aquí se podía caminar de noche. Siempre me han dicho que Nicaragua es muy peligrosa. Me reí. Le conté de una epifanía que tuve hace varios años, después de recorrer por tierra todo el occidente de ese país al lado de un zonchazo que no se cansaba de repetir que el pinto sin salsa Lizano no era pinto. Dos meses duró el viaje. El tiempo le alcanzó al zoncho para convertirse en una persona decente: de vuelta a Costa Rica, se le había lavado un poco la xenofobia. Nos hemos topado varias veces después de la experiencia: ya no cuenta chistes de nicas. Pero dejé tirada la epifanía: pensé, después de ese viaje, en lo lindo que sería poder llevar a todos y cada uno de los ticos xenofóbicos en un paseíto de 15 días por Nicaragua. Para que coman rico. Para que dejen de creerse la gran picha. Para que sepan, por una vez en la vida, lo que es pagar solo sesenta mil colones por una cena para diez personas que incluya las bebidas. Y para que conozcan una ciudad colonial y les duela que en San José, Heredia y Cartago, los propietarios le prendan fuego a sus casas viejas para no restaurarlas.
Hay diferentes lugares desde los que se pueden decir las cosas. Gente que habla desde el asco, desde la envidia; gente que hace elipsis maravillosas y luego de rodeos increíbles vuelve a llegar al principio, para afirmar sus ideas. Yo hablo desde la tristeza. Me gustaría volver al tope. Decir, por ejemplo, la mierda de los caballos huele igual de mal en todas partes. En el tope de San José se pasean, abrazados, los parientes ricos y los parientes pobres. Pero eso solo serviría para repetir, al final, lo que ya se dijo al comienzo. En definitiva, es mucho más sencillo sobrevivir con el hígado intacto la desgracia de los ajenos, o tal vez no nos está yendo tan bien como nos lo han querido vender durante los últimos treinta años.  Hablo desde la tristeza: Costa Rica se está yendo a la mierda. Y lo único que parece importarnos, en este momento del año, es si a los tamales les ponemos o no les ponemos ciruelas pasas.

Vìa:
http://revista-amauta.org/2011/12/el-otro-lado-del-espejo/

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