En una semana
tres políticos aspirantes a altos cargos en el gobierno de México se han
tropezado con los libros. Esto ha suscitado innumerables opiniones en
medios audiovisuales y escritos. Muchos de los comentaristas consideran
irrelevante el asunto, en cuanto al conocimiento literario, no así en
cuanto a la capacidad de reacción de los interfectos.
Lo que me parece interesante es que este resbalón no habla sólo de
las personas, habla de la calidad de la educación que éstas recibieron.
Es una prueba palpable de su muy escasa cercanía (digamos en la
secundaria o preparatoria) con la lectura de libros. Supongo que fueron a
escuelas diferentes, no sé si privadas u oficiales. Pero, para el caso,
da lo mismo. Sucede que fueron sorprendidos in fraganti. Y es probable que gran parte de la audiencia habría estado en una situación similar, de habérsele preguntado lo mismo.
Hace muchas generaciones, ya que en el país la instrucción escolar
(con excepciones) es mucho muy mediocre. La reducción de horizontes, de
materias en los programas, la poca preparación de los maestros y la
irresponsable o corrupta indiferencia de las autoridades educativas nos
ha llevado a este triste estado de cosas.
La historia ha contado con políticos cultos: Julio César escribió (sin
negro) La guerra de las Galias, y ya en estos tiempos nuestros, están, por ejemplo, el novelista Rómulo Gallegos, presidente de Venezuela, o el poeta Vaclav Havel, presidente de Checoslavaquia. No es aquí el sitio para ponderarlos, porque estoy cierta de que se buscan, para un dirigente, otro tipo de cualidades sin que sea bueno que campee en ellos la ignorancia. Y no tendría por qué ser así si en la educación básica se le ofrecieran al niño o al joven los elementos suficientes para permitirle un desarrollo más pleno en la vida adulta, cualquiera que fuera su elección profesional.
En una obra, tanto muy interesante como muy bien documentada, Superficiales,
Nicholas Carr explora el hábito de la reflexión profunda, adquirido a
través de los siglos por medio de la lectura de libros. La capacidad
humana para abordar y luego sintetizar lo que se solía leer sin la
ayuda, en el caso de los políticos, de las tarjetas o el teleprompter.
Es la cercanía con la lectura la que proporciona a las personas la
posibilidad de una comprensión más amplia sobre lo que se enfrentan en
la vida. Y ese acercamiento está muy ausente en las escuelas, según
acabamos de constatar. Y tan es así, que la reacción de tolerancia de
comentaristas televisivos (que se precian de seriedad) ante la ausencia
del contacto con los libros, me ha dado mucho en qué pensar. Sorprendí
un gesto no verbal, cómplice de la descalificación a la lectura, que no
puede ser más que producto de la propia ignorancia escolar del conductor
del programa. Quizá la actitud de estas personas me alteró más que los
mismos tropezones de los políticos. Constaté, una vez más, que la
deficiencia educativa es enorme y que se hace presente ante el
pronunciamiento benévolo de apoyo a algo tan ridículo como no atinar con
los libros. No se trata de los libros, se trata de la formación
integral humana.
Tristemente, como es bien sabido, esto se inició en la Feria
del Libro de Guadalajara que impulsa la aproximación a los libros. Y
contribuyen, también al mismo asunto, programas gubernamentales y
privados de fomento a la lectura. Y eso es algo bueno, pero, ya que la
enseñanza escolar es tan limitada, vaya que sorprende en una feria el
observar a alguien comprando un libro que no sea un bestseller escandaloso
o un texto de autoayuda. ¿Y por qué sería de otra manera si los mismos
maestros tampoco recibieron, en su momento, una educación adecuada más
allá de llevarlos a cumplir posteriormente con un muy pobre programa
escolar?
En este último tiempo, con la irrupción apabullante de los medios
electrónicos, se pone sobre la mesa la desaparición del libro en soporte
de papel. Sin embargo, no es en México, por lo pronto, éste el origen
del problema. La educación adecuada y la cercanía con los libros han
estado ausentes durante muchas decenas de años. Y con ellas, la
capacidad de reflexión profunda, de la que habla Carr. Así, si la
formación es mala y las posibilidades de crecimiento son tan pobres,
aflora, inevitablemente, la vieja lacra de la corrupción que, desde
luego, constatamos en todas las formaciones políticas. Es decir, los
individuos suplen sus carencias con los medios, con tanta frecuencia
efectivos, de los favores que deben pagarse de una forma u otra.
Me queda claro que el político actual (quizá así ha sido a lo largo
del tiempo) no se va a poner a discutir de literatura con su homólogo
extranjero. Sin embargo, si a la mención de Tocqueville, por ejemplo,
nuestro mandatario busca con ansia la tarjeta que le ofrezca una
respuesta decorosa a esta referencia, algo muy lamentable sucede con la
educación del país que esta persona gobierna más allá de las banalidades
que rodeen su vida.
Y, si el ciudadano común y corriente se conforma con una demagogia
tan elemental, se debe a que en el sistema educativo, el desprecio por
los libros, la entronización de la ignorancia en muchos medios
audiovisuales, pero asimismo escritos, se nos han dejado caer de lleno.
Los ciudadanos carecemos, desde hace ya mucho tiempo, de las armas
que nos permitan defendernos más allá de las armas de fuego que ahora
han cobrado un primer plano. Un disparo de lecturas, que requiere de más
tiempo que el de la pólvora, se proyectaría a mucho mayor escala y
permanecería fulgurando.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/12/13/opinion/020a1pol
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