martes, 10 de abril de 2012

Cultura: Dickens y la esperanza..por Ricardo Guzmán Wolffer


A Erika
En el aniversario de Charles Dickens hay motivo de sobra para establecer la importancia de este autor. Creador de muchas novelas memorables, varias de lectura obligatoria para cualquiera que pretenda conocer un poco de literatura, en las que el registro autoral puede ir de lo épico a lo humorístico, de lo infantil aparente a lo solemne, y las creaciones no dejarán de tener coherencia interna ni personajes destacables. Vale la pena hacer un recuento de la célebre novela Grandes esperanzas.
La anécdota es más o menos sencilla y se antoja bastante cercana al contexto mexicano. El huérfano Pip (llamado así por ser la forma en que pronunciaba su nombre), vive con su hermana y su cuñado. Conoce a un viejo convicto prófugo, quien lo obliga a ayudarlo hasta que es detenido por estar peleando con otro reo. Pip es enviado con la adinerada señorita Havisham, la cual le paga a la hermana de Pip (quien cree que el roce social será la gran oportunidad para Pip) para que el niño entretenga a Estella, entenada de la Havisham. Allí él se enamora de la cruel Estella. Pip piensa que si fuera un caballero sería digno del amor de ella. Después, cuando Pip está siendo entrenado para ser herrero, gracias a la intervención de un benefactor anónimo se va a vivir a Londres para ser educado como el caballero en que desea convertirse. Pip supone que su benefactor es la señorita Havisham. Al cumplir veintiún años Pip recibe una fortuna. Una noche, Pip es visitado por el convicto que conociera en su niñez, a quien termina por reconocer como su bienhechor. El delincuente es detenido cuando intenta escapar de la amenaza del reo con quien luchara años antes, a quien mata en la captura. El preso es sentenciado a muerte, pero no es ejecutado. Pip regresa a su pueblo, va a la antigua casa de la señorita Havisham, donde se topa con Estella, ahora viuda, quien casualmente está en la finca donde se conocieran en su infancia: ella va para despedirse de la última posesión que le queda, antes de que sea demolida para construir. El cierre de la novela tiene varias interpretaciones, pues aunque Dickens nos hace ver que Estella y Pip se han encontrado y que serán amigos para siempre “aunque vivamos distanciados”, dice ella, el hecho de que el libro cierra con la certeza de Pip de que no perderá de nuevo a Estella puede llevar a establecer que en él sólo hay esperanza, pero que igual ella es capaz de jugarle una nueva mala pasada. Cuando Pip habla de esa falta de temor a perderla, parece estarse convenciendo a sí mismo, una vez más, de que ahora sí no se le irá la mujer amada. Es un final que debe analizarse en el contexto histórico victoriano en que Dickens escribe: la unión es más anímica que carnal, no hace falta la consumación de los cuerpos para que la pareja se sienta unida. Como sucede a lo largo de la novela, donde ella se entretiene con crueldad besándolo cada tanto para luego dejarlo con la libido prendida, y que nunca le apaga, por cierto. Lo cual parece extensivo al cuñado, Joe Gárgery, quien padece el mal humor de la hermana de Pip casi como si fuera un hijo más de esta inicial figura impositiva, la que parece haber obligado a Joe a casarse con ella, según opina Pip al inicio del libro. Es destacable que los tres principales personajes femeninos sean agresivos, mandones y resentidos. Uno podría elucubrar sobre el hecho de que el niño Pip se forma acostumbrado al maltrato físico y emocional por parte de la hermana (cuando Pip regresa de estar con el dúo femenil, la hermana lo “sopapea en la nuca y en salva sea la parte”, como si con esto último lo castigara para hacerle entender que de sexo con la clase alta nada de nada), y ello explicaría la necia atracción que tiene hacia Estella, pues simplemente repite el patrón establecido a jalones y varazos con la hermana, quien de por sí sustituye a la figura materna en Pip, acostumbrado a expresarse entre empujones y amenazas. Quizá por ello logra formar un puente empático con el convicto, al que aparentemente auxilia por las intimidaciones, pero también por un dejo de bondad infantil que inmediatamente retribuye el reo al ser detenido, pues aclara que ha sido él quien se ha robado la comida que le llevaba Pip.
Con tal material era difícil que no se hicieran películas. La más reciente es la dirigida por Alfonso Cuarón en 1998, pero entre las restantes podría decirse que la hecha en 1946 por David Lean se apega más a la idea, a las descripciones y, por supuesto, a la época original del libro. Aunque el forzado final feliz modifica el sentido del libro. Destacan los jóvenes intérpretes Alecc Guinness y Jean Simmons, aunque el Pip desarrollado por John Mills es eficaz; el convicto Magwitch actuado por Finlay Currie resulta igual o mejor que el trabajo de Robert De Niro en 1998. Los alcances de cualquier novela son mayores en la mente del lector que la película basada en aquélla, y para quienes el texto de Dickens logra tocar fibras personales siempre faltarán partes de la novela en detalles cinematográficos; sin embargo, el filme de Lean perdura por el impacto visual y la ambientación, con todo y el cambio de final. Ello cuando se hace la comparación entre literatura y cine, pues la obra de Cuarón tiene variantes y omisiones que la alejan del texto de Dickens: de entrada, cambiar el país de la trama modifica el sentido de los personajes, pues los habitantes contemporáneos de los pantanos sureños estadunidenses tienen muy poca relación con las tierras empantanadas de la Inglaterra victoriana. Anne Bancroft como Havisham resulta de más edad que el personaje originario y no muere en llamas. Y la idea de ser pintor en Nueva York, equiparado a ser caballero victoriano, es más que opinable. Pero si se valora como una obra aparte, sin pretensiones de interpretar directamente la novela de Dickens, tales objeciones salen sobrando.
Quizá el rasgo que hace vigente a esta novela es, como bien lo indica el título, que habla de un anhelo humano esencial: la búsqueda de lo deseado, la necesidad de tener una esperanza para vivir, la que cada quien desea, pero que todos necesitamos para sentirnos vivos. ¿Qué sería de nadie si no pensara obtener algo para satisfacer su alma y su corazón? Esa esperanza se encarna en Pip (y en consecuencia en el lector: el hecho de que la novela esté narrada en primera persona acentúa la conexión del lector con el personaje; hay una empatía inconsciente), pues el niño que crece desvalido y huérfano sin duda es el personaje ideal para mostrar su personal lucha por conseguir su anhelo amoroso. El lector desea que Pip obtenga lo que busca, o que acepte que no lo tendrá, pues se ve a sí mismo en ese afán generalizado de que nuestras esperanzas se cumplan. En el presente caso (autor del siglo XIX, y en consecuencia con una carga de romanticismo, que por cierto era bastante taquillera: la novela se publicó por entregas de diciembre de 1860 a agosto de 1861 y fue uno más de los éxitos de Dickens) ese anhelo es el de ser amado por la mujer que encarna el ideal personal y de quien se enamora a primera vista. A pesar de que en la novela se da más nota de los rasgos de carácter de Estella en cuanto que a Pip le parece educada y hermosa, puede suponerse un trasfondo de Pip como aspirante social (la hermana no oculta tal intención). Dickens gustaba de mostrar las diferencias de las clases sociales (en Los papeles póstumos del Club Pickwick lo hace con una mofa despiadada), pero aquí lo logra como un subtexto que resulta eficaz, pues llega a ese clásico mexicano cinematográfico, donde Nosotros los pobres se diferencia de Ustedes los ricos, y en el fondo hay una envidia de clase: cuando Pip va al panteón en su niñez, la parece que si se aludiera en las lápidas de sus parientes con la frase “más abajo”, Pip habría tenido un mal concepto de ellos. Como si el estar “más abajo” sólo pudiera referirse a la escala social. Para Dickens, en una sociedad victoriana donde el poderío mundial llevaba a las clases sociales inglesas a tener opciones de movilidad, no era raro entender que un huérfano de pocos recursos (antes de recibir la educación y la fortuna del mecenas anónimo apenas podía desear ser herrero, como el cuñado, casi un hermano postizo) aspirara a ser el amor de una guapetona adinerada como Estella, quien paga muy caro su pecado de hacer infelices a los hombres (en un claro alter ego de su tía Havisham, quien la ha educado para tales fines) y corrobora una vez más que sufre más el victimario que la víctima, al menos en negocios del amor. Habrá que añadir que en la novela se desarrolla una más de las esperanzas generalizadas: que sufra quien nos rechazó y que termine por valorarnos (como dice Estella que le ha sucedido con Pip; si es que el lector puede llegar a creerle a Estella).
La gran esperanza es la de realizar nuestros sueños en nosotros mismos, o hacerlo a través de las vidas en que influimos, en las que podemos gobernar. Si el título es en plural, es porque cada personaje lleva su propia gran esperanza. En la novela se dan los dos polos principales: el del amor (Pip ama y busca afanosamente a Estella, quien con pleno dolo se dedica a rechazarlo en un peculiar juego del gato y el ratón) y el del odio (la señorita Havisham odia a todos los hombres, pero como es incapaz de salir al sol –al amor: los rayos del sol son la metáfora perfecta para el amor– vive en Estella la ejecución de esa venganza personal al haber sido burlada en el altar). Pero quizá la máxima esperanza en la novela es la del convicto que obliga a Pip a ayudarlo en su niñez, pues aunque en el reo es clara la vena salvaje y violenta, así como que tiene una deuda con esa sociedad victoriana tan proclive al castigo ejemplar, sin embargo, como buen romántico del siglo xix y personaje de Dickens, el hampón en el fondo de su corazón quiere reivindicarse y para hacerlo devuelve la ayuda brindada por Pip (con todo y la amenaza, Pip termina ayudándolo de buen modo, incluso preocu­pado por saber si la comida llevada al reo es de su agrado), aunque le ofrece sólo lo que puede (la educación y la condición social de caballero) y lo pone en aptitud de aspirar a la mujer que Pip siempre ha querido. El criminal se redime ante sus propios ojos y logra ser el único personaje que, al menos en su intención y aspiraciones, hace realidad su gran es­peranza porque ve materializada la ayuda. Es claro que el delincuente no puede lograr que Estella le haga caso a Pip, pero le da a éste las herramientas para que siga en su intento vano.
El personaje central dramático es, sin embargo, la pobre Estella, pues tiene una vida manejada por su tía, quien la ha instruido para hacer sufrir a cuanto hombre se le atraviese, y se le veda así la opción de acceder al amor verdadero: recibe una amputación anímica y queda impedida para ir más allá de con­seguir un hombre rico que le asegure una vida acomodada. Estella es la única que no tiene aspiraciones propias y pierde la vida en ser el títere anímico de la tía. Peor aún, al final del texto, cuando está con Pip en ese final ambivalente, ella acepta que ha sufrido y confía en que ese dolor haya hecho de ella una mejor persona. Más que una esperanza, es una resignación. Al menos Pip, en su larguísimo caminar, ve al final una certeza (inútil, por cierto, pues queda claro que ni siquiera compartirá población con Estella) de que ella será su amiga por siempre y le da felicidad, pero a Estella no, acaso un consuelo sobre todo lo que ha sufrido, precisamente por haber sido vaciada en sus sentimientos.
La novela de Dickens funciona, además, por la construcción del texto, donde a la trama central se van agregando subtextos y personajes muy logrados. Por si fuera poco, no desaprovecha la oportunidad de hablar mal de los abogados. Jaggers, el representante legal del benefactor anónimo, demuestra ser un peculiar y nada simpático litigante: insulta a todos y no le gusta que sus expresiones sean entendibles, lo cual “no es cosa personal, sino profesional”. Dickens sigue vivo y a nuestro alcance. 

Vìa,fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2012/04/08/sem-guzman.html

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