lunes, 9 de abril de 2012

España. Garzón: desmemoria y falta de imaginación...por JOSÉ ÁNGEL BRANDARIZ GARCÍA


La inhabilitación del muy controvertido ‘juez estrella’ Baltasar Garzón clausuró una de las últimas grandes disputas entre ‘izquierda’ y ‘derecha’. Sin embargo, la polarización entre detractores y defensores cerró también varias discusiones que abarcan desde la responsabilidad de los jueces, hasta el peso de las estrategias jurídicas en las luchas, pasando por los procesos de construcción de símbolos en ‘la izquierda’, o su coherencia y consistencia discursiva. Abrimos una reflexión desde abajo.

JOSÉ ÁNGEL BRANDARIZ GARCÍA, activista y profesor de la Universidad de A Coruña
Viernes 6 de abril de 2012.  Número 171
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ISA
El pasado febrero parece haber concluido un periodo de dos años de movilizaciones sociales de apoyo a Garzón, como consecuencia de su procesamiento por prevaricación en la causa contra los crímenes del Franquismo. Por ello, en este momento quizá resulta procedente reflexionar sobre cuál ha sido el resultado de esa movilización, en términos de impulso de la recuperación de la memoria histórica y, más allá, de las luchas emancipatorias. La impresión, vale la pena adelantarlo, es muy negativa: seguramente ambos objetivos no requerían haber llevado a cabo ese proceso de movilización.
En efecto, en línea de principio no se intuye que ningún elemento del caso obligase a la movilización de la izquierda –oficial, pero no sólo–. El procesamiento de Garzón es un evento analizable en el marco de relaciones de poder del 1%; ¿por qué habría de interpelar, por tanto, al 99% restante? Por lo demás, es evidente que el pulso ha terminado en doble victoria: la de quienes pretendían que fuese condenado y la del propio penado, que ha visto relanzada su carrera profesional en el plano internacional de manera antes inimaginable, hasta el punto de llegar a ocupar puestos para los cuales su presencia es tan incomprensible como el de miembro del Comité Europeo para la Prevención de la Tortura.
Por el camino, la movilización de apoyo a Garzón ha cometido diversos errores, algunos de grueso calado, que dificultan poder afirmar que los resultados para los movimientos sociales sean tan favorables. Para pensar sobre esta hipótesis, vale la pena confrontar diversos interrogantes.
¿Por qué no marcar claras delimitaciones entre los diversos procesamientos de Garzón? Para luchar por la memoria histórica no era necesario oponerse a los restantes procesamientos, en los cuales una defensa del imputado desde una posición de izquierdas era ciertamente difícil. La resolución de los casos por el Tribunal Supremo no ha venido sino a mostrar ese error. En el camino se han llegado a sustentar justificaciones de la restricción de los derechos de defensa de los imputados en la trama Gürtel, algo que constituye una aberración desde cualquier planteamiento democrático, ya no digamos de izquierdas. La interrelación de los casos podría tener el interés de abrir un debate técnico sobre los límites de la prevaricación judicial, o uno político sobre las responsabilida desde los jueces, pero fuera de ello había muy poco que ganar no marcando un claro distanciamiento del proceso que finalmente ha conducido a la inhabilitación.
¿Por qué haber centrado la lucha por la memoria histórica en el ámbito judicial? Durante los dos años de movilización, el debate sobre la memoria ha tendido a verse eclipsado por el apoyo a Garzón. Siendo así, cabría preguntarse si esta estrategia de recurrir a la vía judicial ha sido acertada. Es probable que se hayan logrado mejores resultados en los años en que el trabajo de recuperación de la memoria, impulsado fundamentalmente por la ARMH, se realizó al margen de vías de institucionalización. La activación de la instancia penal, tal vez como una copia mimética de casos no plenamente homologables –como el argentino– no parece que haya aportado nada sustancial; todo lo contrario: ha generado el deslizamiento hacia la defensa personalista.Si queda mucho camino por recorrer en la recuperación de la memoria, es probable que deba ser transitado desde, pero sobre todo más allá de esas vías de institucionalización.
Si ambos interrogantes pueden servir para entender por qué los resultados de este proceso de movilización han sido tan magros, una duda adicional sugiere directamente un marco de derrota; tal vez sea ésta una afirmación especialmente pesimista, pero es mejor incurrir en ese exceso que no percibir que el futuro debe ser de replanteamiento de los graves errores cometidos. Ese interrogante básico es ¿realmente era conveniente apoyar a Garzón para luchar por la memoria histórica? El precio, de partida, era muy elevado.
Sólo quienes quieran cultivar la desmemoria pueden olvidar que Garzón es el principal protagonista de la nueva etapa de excepcionalismo en la gestión del conflicto vasco, abierta tras la llegada al poder central del PP en 1996. Su centralidad en la elaboración de la denominada “teoría del entorno de ETA” y sus instrucciones en casos infaustos, como AEK, Egin, Xaki, Ekin, Egunkaria o Batasuna son la mejor evidencia.
Para aquellos menos sensibles con los derechos humanos, o más refractarios a la problemática vasca, la singular conexión teleológica entre Garzón y el nuevo gobierno conservador se plasmó en instrucciones como la del BBVA por blanqueo, o la del detenido en Guantánamo de nacionalidad española.
Sacrificar esa desmemoria y desatender el riesgo de apoyar a una persona con un currículum muy cuestionable en aras de defender la memoria histórica era una apuesta peligrosa. Y salió mal. La razón fundamental de la derrota consiste en que ha obligado a contestar con claridad una pregunta que, en el peor de los casos, debía haberse obviado, porque la respuesta sólo iba a beneficiar a los sectores conservadores. La pregunta que no debía haberse respondido es ¿hasta cuándo alcanza la memoria histórica? Es arriesgado confrontar esa cuestión, porque la respuesta más obvia, aquélla que hace referencia a la dictadura, a las primeras elecciones, etc., acarrea la pesada consecuencia del ‘exterior constitutivo’: lo que ha pasado después de ese momento no es excepcionalismo, ni expresión de las crónicas pulsiones autoritarias de la sociedad española. El apoyo a Garzón ha conducido a responder de forma equivocada aquella pregunta, en la medida en que ha supuesto la defensa de uno de los principales protagonistas del excepcionalismo posfranquista.
Si el riesgo era evidente, la única explicación de que se haya desatendido es la grave carencia de la capacidad de construir imaginarios emancipadores de buena parte de la izquierda institucionalizada, y de sus redes afines. Es dudoso que pueda desconectarse la manifiesta ineptitud del mundo de PCE-IU –entre otras organizaciones– para conformar narrativas de liberación a la altura de los tiempos con su anclaje en hechos que sucedieron hace 70 años.
No creo que nadie piense que la memoria histórica ha de ser arqueología, sino –en todo caso– genealogía: historia del presente. Quizás la principal lección que quepa derivar de estos errores estratégicos es que es urgente relanzar la pelea por la memoria histórica. Cuanto antes se haga, antes podremos comenzar a trabajar la memoria de los excesos del poder posteriores al 20N de 1975, algo mucho más urgente.

Vìa:
http://diagonalperiodico.net/Garzon-desmemoria-y-falta-de.html

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