La crisis económica en
Europa no amaina; lejos de eso, se agrava literalmente a diario. Esa
crisis no es sólo un fenómeno de los mercados que demuestran a las
claras que no se ajustan por sí mismos como proclamaban con soberbia los
economistas ortodoxos. Está incrustada esencialmente en el campo de las
ideas que están oxidadas y de la capacidad política atrofiada.
Esta combinación perversa hace que la situación aparezca como si
fuera controlada por autómatas programados y son incapaces de frenar y,
mucho menos de revertir, las condiciones de quiebra social que está en
curso.Durante años se presencia una descomposición económica que se enfrenta con medidas de política pública que han demostrado su ineficacia. Es llamativa la ineptitud de los políticos y de la alta burocracia europea para intentar siquiera salir de las normas que se han establecido como ideología rígida e ineficaz y que hoy se resume en un término único: austeridad.
La austeridad se impone como si fuese una forma de redención luego de los excesos del auge especulativo que acabó rompiéndose como verdadera burbuja. Castigo para asumir las culpas, para pagar los excesos cometidos, castigo pero no equitativo. ¿Qué diría Max Weber de esta manifestación de la ética protestante expuesta desde Berlín?
El gobierno alemán encabeza esta firme posición. No hay resquicio alguno en su visión del continente en crisis: ajuste de los presupuestos, austeridad a ultranza. Alemania no tiene recursos ilimitados, ha dicho Ángela Merkel, para soportar el costo de la crisis y cualquier otro planteamiento para enfrentarla, como promover el crecimiento, como proponen algunos desde el margen, lo considera un camino hacia la mediocridad.
Habría que pensar si el desgaste social y el colapso económico en curso dejaran algo más que mediocridad y conflictos en esa zona del mundo. Es más, la mediocridad de los líderes y la que tratan de imponer sobre las poblaciones que gobiernan es ya una moneda tan común como el propio euro.
El liderazgo alemán cuando estalló la crisis en 2008 se ha convertido ya un factor adicional de degradación. Desde ahí se exportaron las condiciones económicas y financieras que acabaron por provocar la crisis; ese país fue el más beneficiado con el auge que generó el euro desde su adopción en 2000. Los demás países, sobre todo España, Portugal, Grecia, se creyeron que con el euro se podían permitir comprar a crédito indefinidamente. Eso no se puede, pero los alemanes alimentaron las expectativas. Hoy sus mismos bancos están en situación de alto riesgo y posponen su crisis, expulsándola a otros países y sosteniendo la farsa con recursos de los fondos de estabilización y la compra de deuda pública por el Banco Central Europeo.
El Fondo Monetario Internacional cumple con su papel de actor
de reparto. Se suma a las exigencias de un ajuste sin cortapisas, se
allega de recursos de sus miembros (como México) para sostener la
ilusión de que algo se arreglará en Europa. Pide ahora al gobierno
español, como antes hizo con otros, que aumente el IVA y cree más
impuestos y que reduzca el salario de los altos funcionarios del Estado y
las empresas públicas. Mientras, por supuesto, la señora Lagarde no
habla de rebajarse el salario, tampoco los burócratas de la Unión
Europea que pontifican con preocupación, pero desde cómodas posiciones
en Bruselas.
Hago un breve aparte: entonces, la reducción de esas remuneraciones
sí es admisible cuando lo dice el FMI, pero no lo es cuando se sugiere
en México. Según sesudas consideraciones del sector empresarial de este
país tal cosa provocaría a más corrupción, pero ¿cuánto se necesita para
corromperse en el sector público o el privado? Y, quien es corrupto
necesita siempre una contraparte.
La austeridad propuesta desde el gobierno comunitario europeo y
admitido por los gobiernos nacionales marcha a la par de los rescates de
los bancos. Esa e es la fórmula predilecta, lo sabemos bien en México
con nuestra historia del Fobaproa-Ipab, convenientemente barrida bajo el
tapete, aunque se le asoma la cola. La pregunta que hay que hacer y
repetir, es quién salva a la gente. O más bien, cuestionar qué es lo que
se requiere salvar en plena crisis económica y política, cómo y para
qué. Los dobleces de las respuestas solo alimentan la fricción social y
la ficción política.
Los desenlaces de corto plazo están planteados en un guión
predeterminado: la votación griega, las presiones de los mercados de
deuda, la canasta sin fondo de los recursos para sanear los bancos.
Frente a eso, un desempleo galopante, la perdida de riqueza de las
familias y la desvalorización general de los activos económicos.
Corolario: la cancelación de las expectativas. Y todo esto no se quedará
en las riberas del Mediterráneo y del Mar del Norte, ese es también un
aspecto de la globalización que no es sólo para la euforia y el auge.
Vìa,fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2012/06/18/opinion/033a1eco
http://www.jornada.unam.mx/2012/06/18/opinion/033a1eco
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